¿El médico que fuma ofrece un buen ejemplo a sus pacientes?

lucha-vs-tabaquiismo1Con frecuencia suele comentarse: fulano sí da el ejemplo a seguir; él es el jefe, pero cuando sitúa una tarea está en primera fila para acometerla, con dedicación, sabiduría, y de esa forma convoca al resto del colectivo a llegar a su fin en el más breve tiempo y con la mejor calidad.

Ciertamente, los buenos ejemplos propician un impacto favorable en centros de trabajo, de estudio, en la comunidad. ¿Y qué ocurre en caso contrario? ¿Qué consecuencias ocasiona? Con certeza, las respuestas  tienen una connotación bien diferente.

Recientemente, en la celebración de la IX Jornada Nacional de Lucha contra el Taquismo, se ejecutó en el Pabellón Cuba un taller multisectorial donde se habló de malos ejemplos por parte de los fumadores: el caso del entrenador deportivo que fuma delante de sus alumnos, el del maestro que tiene una conducta similar.

Se conoce que el sector de la salud pública no escapa a esa nociva práctica y por ello solicité a la Dra. Patricia Varona, especialista de Higiene y Epidemiología del Minsap, responder algunas interrogantes.

Los consumidores de cigarrillos acuden a la atención primaria tres veces más que los no fumadores y el facultativo que los atiende emplea ese dañino hábito. ¿Qué efectos puede desencadenar esta conducta en personas que asisten a la consulta aquejados por diferentes enfermedades relacionadas con esa perjudicial práctica y que necesitan una solución terapéutica para esos males?

Siempre se ha considerado al médico y también a la enfermera como figuras públicas de alta influencia en la vida de los que les rodean. Personas de altos niveles de instrucción y educación, con miradas amplias al futuro que sustentan sus adecuados comportamientos y sus sólidos conocimientos.

En el caso del médico, una especie de sacerdote de la medicina a quien se solicita ayuda no solo por una dolencia física, sino también por desajustes de cualquier tipo personales o familiares y de quien se espera la solución más acertada y conveniente.

Considero que el médico antes de llegar a serlo (y luego también), es simplemente un ser humano más, que al atravesar su período de adolescencia es vulnerable como otros a todas las amenazas que facilitan asumir una conducta de riesgo y entre ellas al placer que produce fumar. 

En Cuba el 75% de los fumadores se inicia antes de los 20 años y la mayoría de ellos entre 12 y 16 años, con una media de edad de inicio entre 13 y 14 años.

La III encuesta nacional realizada en el año 2010 muestra que la media de edad de inicio se incrementó a 17 años, pero de cualquier manera ocurre la iniciación antes que la persona sea médico y como se trata de una adicción se desencadenan todos los procesos facilitadores para mantenerla y de barrera para abandonarla.  El hecho de ser una práctica tan socialmente aceptada contribuye de manera importante a mantenerla.

Lo inconcebible es que ya siendo médico,  fume y lo haga delante de sus pacientes o en su institución,  conciente de lo que su mal ejemplo puede calar en las personas que trata y lo negativo que resulta para mejorar las dolencias relacionadas con esa adicción. 

Lo que a mi juicio ocurre es que se suman falta de disciplina institucional, falta de exigencia por quienes los dirigen y falta de responsabilidad individual al valorar la influencia de su ejemplo.

Pero es que ese mismo médico cuando viaja al exterior es capaz de controlar sus deseos y se disciplina a la fuerza por las regulaciones que en otros países existen, por tanto, es posible que aquí en su diócesis también lo logre si es compulsado a ello con toda energía.

El hecho de saber que el médico conoce los beneficios de no fumar y los daños que produce hacerlo y aun así sea fumador, trasmite un mensaje negativo muy intenso que  induce a una percepción inadecuada del dañino efecto de fumar activa y pasivamente (tema menos tenido en cuenta aún) y distorsiona totalmente su conducta lo que a su vez facilita el inicio en la adicción o el mantenimiento de ella en los pacientes. 

Muchas veces ocurre algo peor y es que impide que en el paciente construya alguna inquietud o contradicción sobre el acto de fumar, características de las primeras etapas de cambio de comportamiento, según Proschaska y D´Clementi, y se mantenga en la etapa de precontemplación (indiferencia) del fenómeno por largo tiempo.

Esto como un proceso en cadena, fortalece todos los mecanismos fisiológicos que impiden o retardan la curación o mejoría, al estar involucrado fumar con el funcionamiento de prácticamente todos los órganos del cuerpo humano en alguna medida. No queda fuera la interferencia con los mecanismos de acción de los medicamentos.

Cuando el médico se enfrenta a un paciente medianamente informado se incentiva entonces la pérdida de confianza y de credibilidad, lo que repercute en la poca o ninguna adherencia a las indicaciones médicas recibidas.

Es necesario seguir investigando por qué nuestros médicos y enfermeras fuman a través de proyectos sociológicos que permitan no solo responder cuantitativamente qué ocurre sino cualitativamente. En eso vamos marchando.

¿Qué valoración puede emitir de ese hecho desde el punto de vista asistencial, ético, y asociado con su incidencia social?

Las implicaciones de que los médicos fumen y lo hagan frente a sus pacientes transitan por la falta de ejemplo positivo que implica haz lo que digo pero no lo que yo hago. 

Y algo peor, no hagas lo que debes para mejorar tu salud y ¨yo¨ conozco, pues ni siquiera ¨yo¨ te oriento (al no tratar siquiera el tema con los pacientes). Desde la asistencia están violando una resolución ministerial que indica con claridad cuál es la prohibición de fumar en las instituciones de salud.

Desde hace décadas se ha demostrado que la influencia positiva de los médicos vinculada al tabaquismo puede por si sola reducir la prevalencia de fumadores en la comunidad en aproximadamente 3%.

Solo si el médico pregunta a su paciente sobre su condición de fumador activo o pasivo, consumo de cigarrillos diarios,  personaliza los riesgos de hacerlo y beneficios de no hacerlo y explora si desea dejar de fumar para orientarlo.

Si esta conducta es apoyada por materiales educativos la reducción de la prevalencia se incrementa a 5%-6%.

Por tanto, no brindar el consejo médico, contribuye a no evitar en la comunidad la iniciación en esta conducta de riesgo  y no brindar ayuda a los fumadores (el 60% de los fumadores cubanos están dispuestos a abandonar el tabaquismo si recibiera ayuda).  

Los fumadores entran y salen de las consultas médicas sin ser tratados adecuadamente lo que es completamente antiético. Son enfermos no tratados, porque no son considerados como otros, por ejemplo, diabéticos, hipertensos, etc. (JNM)